martes, 25 de noviembre de 2008

Poesía: Sentirla como la siento. Francisco Jesús Muñoz Soler (España).



Sentirla como la siento

es apagarse y a la vez fulgir

siento la transformación en mis adentros

cómo su sangre me inunda

circulando por mis venas

y su sudor transpira por mi cuerpo,

cómo su corazón palpita

en mi apasionado pecho

y cómo su mirada fija

el horizonte de mis sueños,

significa tanto para mí

que no tengo pensamientos

donde no esté presente

ni vida que compartir,

vivo en dos permanente.

Relato: La Lupita. Rosy Paláu (México).


Me llamo Guadalupe y estoy aquí, levantada de la tumba, para que no sigan diciendo tantas mentiras, para que nadie  crea esas historias de que si estaba loca, de que si andaba por las calles contando las bolitas del rosario por uno que me dejó vestida de matrimonio a las meras puertas de la iglesia. Si alguna locura me quieren achacar, es la de haber nacido ese día del eclipse en que todo se puso oscuro, como los ojos de aquellos que esperaban lo peor, esos ojos que más querían oír que ver, pegados a las paredes como los perros a las patas de los catres, deshilachándose en las sombras. A todo el espanto se le arrimó otro espanto, el de los gritos de mi madre que eran, dicen, un ventarrón que hacía temblar la lumbre de los braceros. La   Dolores que  salió corriendo a traer agua del patio , sólo abrió la boca para decir que por allá afuera, echaban chispas las estrellas queriéndose salir del cielo. Luego, yo lloré de hambre bajo el sol entero, enterito como los mangos y la guayabas que colgaban de los árboles llenos de trapos rojos.

 

Ese día a todos les agarró la urgencia de encontrarse en las banquetas y en medio del habladero descubrieron que las palabras también les servían para tirar el miedo.

 

Yo sólo recuerdo de aquel entonces, el olor de la leche hervida en las vasijas, los pasos apurados, el zumbido de las moscas metiéndose en la voz de las visitas que se mecían despacio en las poltronas de cuero, no se les fuera a caer el  silencio que traían cargando. Yo las veía bajo el calor de los tejabanes, enrollándose las faldas para que les entrara el aire, las oía hablar del mundo como si el mundo les quedara muy cerquita, como si lo conocieran de hacía mucho , pero a mí, el mundo me sonaba muy lejos,  algo que estaba detrás de esas nubes amarillas que por más que estiraba los ojos no me dejaban pasar con su red de alambres y de pájaros. De mi padre, guardo su figura achaparrada, azotando la puerta después de decir: “me tienen harto” y la tarde en que sin decirnos nada, nos miró de arriba para abajo y arrastrando una cola de  perfume, se fue de la casa.

 

La casa siempre estuvo llena de mujeres prietas , mitoteras de querer lo que no les pertenecía. Les bastaba doblar la hoja de un tamal para armar un cuento. A mi me tenían envidia, se les veía de lejos, porque yo era blanca, porque a mí me consentían hasta por no hacer nada y sin que nadie se los pidiera, se dieron a la tarea de medirme el ocio.- Se va a tullir allí, queriendo sacarle una canción al cacarear de las gallinas, murmuraban. Mi madre las dejaba decir y luego a las seis cerraba la tienda,  tejía mis trenzas, me hacía en la frente la señal de la cruz y nos íbamos a la misa para que no nos ensuciaran los pecados.

 

De eso si pueden hablar, lo otro son nada más inventos y aquí, junto a estas cruces de palo, sin adornos, sobre esta tumba reseca, yo, Guadalupe, les vengo a decir la verdad.

 

Fue allá por las fiestas de la virgen, entre papeles picados y banderitas, cuando lo vi por primera vez. Yo acababa de cumplir los 15 años y aquí, no quiero que piensen que soy creída, pero los espejos a mí nunca me dijeron mentiras, era bonita, alta, chapeteada y traía un vestido con listones de muchos colores y unos zapatos de tacón que se me enterraban a cada rato en la tierra recién llovida. Lo recuerdo como si fuera ahora. Si parece que hago tiempo, es sólo que ya casi no sé como explicarles lo que sentí cuando me tropecé con aquella mirada, verde como las luces de los cuetes que alumbraban la noche haciendo malabares. Les juro que fue como si trajera un río que se me desbarrancaba por dentro arrastrándome hacia él con todo y esos sueños que apurados me dibujaron un montón de cosas, hasta que encontré la voluntad para agarrarme de la orilla del  juicio. No fuera a creer que yo era de esas que se daban como las frutas del monte que se podían comer sin dar un cinco. Mientras me aguantaba el desespero y me zangoloteaban los pensamientos, me sacó a bailar.

 

Nunca supo que le dije que no porque me daba miedo quedarme encajada en el puro medio de la danza y no quería ser la burla de todas esas viejas que se llevaban apuntándome los pasos. Todo eso sirvió para que al rato le costara trabajo sacarme  una mirada que lo pudiera mirar.

 

Al atardecer, se detenía en su carro de vender frutas y entraba en el abarrote revisando el pan de las vitrinas, esculcando de reojo los rincones para  ver si yo aparecía haciéndome la tonta nada más para avivarle el deseo. Luego, nos hicimos novios . Y es que hablaba tan bonito. Mira Lupe, me decía, la verdad debe estar siempre rellena de verdades, si no, no es verdadera, hay que coger por los cuernos al destino y ponérselo enfrente como te puse yo a ti. Si me dejas, me mato. Todo quedaba tan clarito, que después la voz se le desbarataba en una sonrisa que se le quedaba colgando como una hamaca en la cara.

 

Yo iba al templo y miraba a la virgen tan inmaculada, tan llena de gracia y luego volteaba a ver a Dios para decirle: Mira Diosito, si tú me lo diste, no me lo vayas a quitar. Te voy a traer  rezos,  flores, Tú mandas, te voy a velar la tristeza que te dan los hijos que se portan mal, ahí revolcándose en el pecado, que porque dicen que tú los dejaste de querer como me quieres a mí, desde allá arriba, desde tu bondad. Por eso te vengo a hacer plática, aunque yo no sepa hablar como lo hace el padre cuando nos pinta el paraíso, lleno de arroyos y de arbolitos, donde los días brillan como si les acabaran de poner la luz y no tiene nada de malo que Adán y Eva anden desnudos porque no los ha encontrado la desobediencia, el padre Manuel que luego endereza el micrófono ,  nos acomoda con la mirada para ponernos todos juntos  y como si  el mismo silencio que se lo llevó lo devolviera, nos abre con la voz las cortinas del infierno.

 

Yo entiendo que el amor no tiene mancha cuando es amor del bueno, cuando la carne y el espíritu andan agarrados de la mano y para donde va uno va el otro, por eso así andábamos nosotros, en uno solo, yendo y viniendo entre los olores de las macetas recién regadas y de la ropa secándose al sol. Aún siento sus frases caminando por mi oído, las olas de sus manos alegrándome los miedos,  tirados en el colchón, escuchándonos la vida, hasta que los ruidos de la calle nos venían a juntar.

 

No voy a negar que aunque ya le pertenecía, no me gustaba contar los olanes del vestido de la boda, tampoco que a ratos me quería ir a vivir al monte, o a un cerro a dónde fuera con él , pero  le había prometido a  Dios  que sin sus  bendiciones no me iban a llevar a ninguna parte.

 

 

Andaba yo por los 16, cuando aquellas fiebres le llenaron el cuerpo de unas ronchas negras que parecían charcos de lodo hirviendo. Mi madre lo cuidó como a un hijo, a las medicinas del doctor les revolvía los remedios de esas  yerbas que olían tan feo y eran como sus consejos, amargos pero quitaban el dolor. Una noche, después de muchas, me despertaron unos ruidos del otro mundo, unas palabras sin vocales que salían por el agujero de sus labios tiesos. Fue entonces cuando supe que  la muerte me lo andaba acariciando. En medio de la oscuridad,  me correteó el miedo y acabé en el patio, debajo de los mangos. Alcé los ojos calientes de tanto llorar para enfriarlos en las ramas de los árboles y ahí, como si de pronto me nacieran las fuerzas y hasta pudiera volar,  juré con todo el amor que le tenía que si Dios le volvía a poner la vida, lo soltaba de la mía para siempre.

  

 

 No me voy a alargar contándoles que  me amaneció, que ya las sombras andaban trepadas en las bardas como pendientes de cuando me iba a ir, sólo les diré que no pasaron ni dos días y ya se le podían arrancar las costras y que al cuarto  le volvió la gracia de vender naranjas.

 

Desde entonces traigo un dolor. Creí que me iba a costar trabajo quitármelo de encima de poco a poco, no se me fuera a matar de verdad, que tal vez  a sus ruegos me arrepentiría del pedido pare echarme de nuevo a sus brazos, suplicándole al Señor con las rodillas peladas de subir las escaleras de la iglesia que por favor me perdonara, que ya le iría pagando con muchas penitencias. Quién hubiera pensado que lo iban a abrazar las ganas de voltear para otras mujeres.

 

Que si fui muy bruta, que si nadie sabe para quien trabaja, se  transparentaban en las lástimas las carcajadas. Pero a mí nunca me salpicaron las amarguras, porque  yo, Guadalupe, la más bonita, la más alta, la más chapeteada  les iba a limpiar a todas  el cochinero que traían por dentro.

 

Sí, tres veces me rogó y tres veces le dije que no. Luego me vestí de blanco, me colgué un rosario para contarlas una por una en las bolitas, para que no se me olvidaran nunca las miradas filosas de sus caras prietas y blanquearles  con mis rezos  las burlas y los odios.

 

Cuando atravesaba la plazuela, bajo el cielo caluroso y el aire que sonaba a  cucharas revolviendo el hielo molido de los raspados, a mi me refrescaba el alivio de la mirada del Arcángel San Miguel, que nada más me divisaba desde su torre tan alta, abría con su espada las nubes rojas y amarillas para que pasaran los ángeles, revoloteando de gusto entre los globos y las palomas y me acompañaran hasta la casa del Señor. Apenas me paraba en la puerta y ya me estaban esperando los santos y las vírgenes ahí en sus nichos, detrás de las veladoras que alumbraban con sus llamitas tantas virtudes juntas. Nunca me cansé de mirarlos, escuchando las plegarias, olorosos a flores, con sus diademas doradas, tan lejos y tan cerca, como aquel mundo que yo sólo pude tocar con la imaginación.

 

Han pasado muchos años desde que vine a parar a este hoyo donde se junta la tierra con la tierra y las almas se sientan a esperar la repartición de los castigos. Unas lloran a otras les agarra el habladero como si ensayaran para luego distraer al ángel de la justicia; yo al que espero ver llegar es a él, envuelto en un montón de arrugas, mal comido y mal planchado, con la memoria gastada de pensar que todas los noches yo le iba a jalar las patas, aunque ganas no me faltaron, mejor le seguí guardando todas sus mentiras para aventárselas como un puño de lodo a la cara. Dice la Dolores que me vio nacer, que ya no tarda, que me aliste bonita para cuando venga a ponerme flores, pero  yo sólo sueño con mirarlo de frente para que se le apague del susto la poca vida que le queda y así, descansar en paz.

Poesía: Pienso. Rosy Paláu. (México).



Dulzura escondida

prisionera del juego

sirena de los charcos

vagabunda

en tus ojos se refresca la tarde

como el silencio

en el agua de las vasijas

princesa del árbol y la nube

sobre un trono de ladrillos rotos

te viste el día

luz entre la hierba plantada

tallo del que brotan

los reflejos en racimos

perfume de prado recién llovido

te llamas como dejaron escrito

las hojas

que asistieron tu bautismo

en ti se ampara la claridad

alma que cuelga en hilos de beso

soledad sonriente

prometida de la sombra

que viaja en una flor

visitadora de secretos

misterio que alumbra

la luna llega de lejos

y te encanta

te recuestas sobre tu nombre

como sobre un espejo

donde todo es principio

y es fin

pedregal del sueño

suben por tu cuerpo

las estrellas

pareces el monte

cuando se va con el arroyo

nómada de la quietud

en tu orilla la noche

caza sus imágenes

un árbol viene por ti

cuando amanece

tu mirada es el hilo

con el que la luz

enhebra su paisaje

entre el ramal de nubes

el sol espía,

te bañas en chorros

de la mañana

ríes y el aire es un mar

por donde llega

todo el cielo en pájaros.

Pienso niña:

Si una estatua en otro juego fueras

de tus ojos saldrían chispas

para salvar de los malos

a la tierra.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Autor: Ricardo Calderón Inca (Trujillo, Perú).


Ricardo Calderón Inca es un joven escritor oriundo de Trujillo, Perú.

2.E Es miembro activo en el grupo literario “PLUMA DE CARNE”. Colaborador y redactor de la revista trimestral del mismo nombre.

FuFue galardonado con una Mención Honrosa en el "IV CUENTATÓN DE LIMA" – 2007 con el cuento “Los Inquilinos de papá” organizada por la municipalidad de Jesús María.

4.S Sus relatos han sido publicados en la revista literaria “NEVANDO EN LA GUINEA” (Barcelona - España)  y en la revista bimestral en español “PALABRAS DIVERSAS” (España)

5.     Es miembro en la Red Mundial de Escritores en Español "REMES" y de la “COMUNIDAD DE ESCRITORES Y POETAS”.

7.     Correo electrónico:  elpoetabaldio17@hotmail.com

8.      Su blog:  http://cefirovagabundo.blogspot.com/

jueves, 20 de noviembre de 2008

Relato: El Niño Grimaldo. Ricardo Calderón Inca (Perú).



A tu presencia desde el celaje.

 

Alguien tuvo que ir por el pan y ninguno de mis hermanos quería hacerse cargo de esa encomienda. Mi madre había regresado del mercado cansada, todos los días era lo mismo, traía un balde con comida que le sobraba de su puesto, tan humilde, tan sencilla, para repartirlo entre diez hermanos; seis mujeres y cuatro hombres. Hernán era el menor y como de costumbre hacía los recados de los hermanos mayores, pero esta vez ocurrió algo distinto. Nancho como comúnmente le decían, se empaló y no quiso ir por el pan, Alonso, como hermano mayor, reclamó por qué no quería ir –yo no quiero ir… ¿por qué no vas tú?, ¿acaso siempre tengo que hacerte caso?- Los reclamos se iban acelerando, se acentuaban las palabras, de un tonto a un carajo, y con frecuencia se acercaban cuerpo a cuerpo, como buscando en el viento, la superioridad de sus argumentos. Cállate… y un reverendo sonido impactó en el rostro de Hernán. Se ausentaron las palabras, pero las miradas, sólo aquellas iracundas, lo decían todo.

-¿Qué está pasando acá?-, preguntó la mamá Claudelina y entre labios pronunció: estas mierditas otra vez se están peleando. Parecen locos gritando, ¡qué cosa! arrebatados estos, -mí mamá estaba realmente guapaza-  ni el recuerdo de su padre los hace unirse, ¡malcriados! Nancho se encerró en su cuarto durante diez minutos, luego como alma que lleva el diablo se esfumó de la casa. Ya eran las siete de la noche, las ocho, las nueve, las diez y aún no regresaba. Doña Claude, como acostumbraban a decirle en el mercado, estaba realmente asustada, aquel hijo callado y misterioso, se había ausentado del hogar, aún su ausencia era necesaria.

Claudelina imaginó mi ausencia y mi paradero en casa de la tía Felina, una de esas tantas tías a la que uno recurre cuando suceden problemas, era una buena opción para tranquilizarse, sin embargo, se le vino a la mente la idea de mi presencia en el cementerio, no sabría explicarles como advirtió tal imaginación, porque a las finales resultó siendo verdad. Aquella noche camino al cementerio brotó en mí un sin números de interrogantes, de las cuales una, me causaba admiración: “¿por qué moriste papá Grimaldo?”. Había transcurrido un mes del fallecimiento de mi padre y aún no podía creer que su mirada había partido, todo era quebranto, todo sin sentido, todo triste, todo muerto. Cuando ingresé al mausoleo ya eran aproximadamente las doce y media de la noche. No me interesó en lo más mínimo la pena que causaría a mi familia con mi ausencia, ni mucho menos pensé en mi madre, la amaba tanto. Buscaba la tumba de mi padre, pero habían tantas que me perdí por un momento, luego retomé el camino adecuado y me dirigí hacia ella. Las flores del mes pasado aún persistían en el nicho, intactas, como si cada día ellas vivieran para demostrar al mundo la belleza del alma desterrada. Hablé con mi padre largo rato, le conté lo que había sucedido en la tarde con mi hermano, le dije también que lo extrañaba, que me sentía solo, terminé por llorarle, casi lo suficiente como para llenar mi baldecito y comenzar a lavar la armazón que cubría la foto de Grimaldo, “hay mi niño Grimaldo por qué te fuiste”. La noche estaba templada y el miedo se me hacía insignificante en compañía de mi padre -¿será acaso por el vino que traje?- claro que traje un vino, sentí la imperiosa necesidad de brindar con papá. Comenzó hacer un poco de frío (por no decir bastante) así que comencé a cavar al costado de la sepultura, hice una zanja profunda para enterrarme a su lado, solamente hasta el cuello, quería ver como la noche se estrellaba con todas sus maravillas. Comencé a rezar profundamente, soñaba con sus días a mi lado, mis días sin su presencia, mis días, sus días, imaginaba, imaginaba… pero el sueño logró vencerme.

Ya entre mi letargo, observé la silueta tímida de mi padre y cálida a la vez, mire hacia arriba y era él, sí, era él.

-Cálmate hijo, estoy contigo, deja de llorar.

-Llévame contigo papacito, llévame, llévame por favor. Por un momento añoré la muerte con toda su belleza, para tan solo vivir a su lado.

“No”, respondió Grimaldo, un rotundo y enérgico no, te necesito a lado de tu madre, ¿quién ocuparía mi lugar como el hombre de la casa?, mientras él decía esto yo miraba fijamente su rostro, transmitía una profunda tranquilidad, su mirada infantil, su sonrisa benévola; sus gestos lo decían todo. Sí papito, le respondí, ahora mismo voy a verlos, es necesario que los cuide, no quiero perderlos como te perdí a ti. Al poco rato tomó mis manos, besó mi frente y me dijo: “Tengo que ir por tu madre y tus hermanos, ellos también me necesitan”.

Al despertar hallé por encima de la tumba la foto de mi padre, era la que habitaba en su interior, comprendí entonces que entre todas las señales del mundo, aquella era la más completa. Tomé la foto y me dirigí a casa. Poco antes de llegar, observé a lo lejos, la silueta sencilla y resuelta de Claudelina, estaba regando sus plantas con una solemne dulzura.

-Hola mamita. Y a través de mi faz taciturna, dos lágrimas azoradas quebrantaron mis mejillas.

-Hola hijo mío, ayer fue un día terrible para ti, debes estar cansado, vamos adentro, te haré tu sopita de gallina.

No puedo describir cuan bien me hicieron sentir sus palabras, era su alma en mis brazos y su Dios en mis ojos. Antes de ingresar a casa, mostré a los cielos mi sonrisa más plena, buscando en ella el argumento perfecto del amor.

-Aló, sí, ¿quién habla?

-El cadáver del niño Grimaldo ha desaparecido del cementerio. 

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Poesía: Subdesarrollados. Cecilio Olivero Muñoz (España).


En la última quinta del jirón Pachamanca

se ha descubierto un hito ancestral,

se ha descubierto bella luz de oropeles

en la mesa de la sala de los Huamán,

se ha descubierto el hambre eterna de los chanchos,

de los perros del campesino, y del mundo azul,

se ha descubierto breve telaraña en la sopa,

y una quijada de cucaracha busca largo latido

en la despensa.

También se ha descubierto

que el hombre pasa hambre, que sufre cuando le hacen daño,

y que todo lo que le queda en la vida

es llegar a ver voltear el día tumbado en su cama,

tiene un cansancio de nadir derrotado que le provocan

los chupatintas de ministerio,

tiene una mirada fulminada

por julepes sonrientes entre jalón de ordeño

y la jalonada inercia de las tenazas,

por desidias vestidas de códigos de barras e ingredientes,

por aromas de fritangas soberanas

y lujos en la anochecida de los esbozos,

sufre como sufre la Tierra,

respira como respira la vida

y ama como el hombre ama.

Este mundo juega a la vil trampa

del todo te pertenece,

del comerse al mundo en un lonchecito,

del zamparse el esqueleto de pájaro

en la sombra vacía del sendero descalzo.

Ha muerto el sol hace siglos

dicen que lo han visto andar como alma penando

por las huchas de porcelana rotas

y por las pestañas de los niños de la calle

que llevan bala reluciente en sus pistolas.

Se levantan los buenos cristianos

llevando su fe en el estómago

y resumen su día murmurando:

¡Hoy hemos comido! ¡A Dios Gracias!

Los tiranos con ansia de poder meridional

cosen la bandera vencida de sueños y quimeras

en las marañas de cables de televisiones y esperanzas

que tejieron los mundos allá lejos.

Los niños de la dicha sueñan hemisferios del frío tiritar

en miradas de rabia,

escuchan la música inhalante de los mundos sumergidos

en la cloaca,

y las niñas presumen de la volteleta del viento

que revolea en sus suspiros

con una dulce franja dorada anhelante del amanecer sin dueño.

Nacen las olas en el susurro del viento,

nacen las tempestades sembrando la semilla

de la aurora en las ilusiones de azúcar,

se beben las gaseosas bambeadas los crisantemos

morados de súbita apariencia trillada.

Se engarzan en el cabello las vinchas del tedio

los niños maricas de cielo en la trastienda.

Los pobres queremos brillar

como lo hacen las estrellas hermosas tras las cortinas

de muselinas

que nos separan en nuestra vida

de mostradores remotos y escaparates aledaños.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz