martes, 6 de enero de 2009

Leyenda: Los macheteados y el jugo de caña. Ronald Antonio Ramírez Cascante (Costa Rica).


Serían las 5 de la tarde y nos reuníamos como muchas veces, en la barra del “Club”, centro social construido para el disfrute de los trabajadores y las familias de la hoy extinta “United Fruit Company”.

En ese lugar pernoctábamos para contar historias, compartir y “matar” las horas. Ese día era especial, se encontraba junto a nosotros nada más y nada menos que el famoso “Villita”, caballero que para mí y para muchos, era misterioso y poseedor de diversos secretos que a todos inquietaban. Ya habíamos escuchado por allí, algo de la fama de sus relatos y nos aprestábamos a “picarlo” para ver si lográbamos que nos narrara una de sus increíbles historias, esas que a muchos habían hecho reír y cuya lustre ya trascendía en el cuadrante de Damas y en las otras fincas cercanas. En el grupo de amigos, se encontraban: “Guaco”, “Figueres”, “Camarón”, Edgardo y otros cuyos nombres o sobrenombres no recuerdo, todos sabíamos que a la menor señal de risa  nuestro personaje se alejaría; así que queriendo evitar su retirada habíamos hecho pacto de silencio con anterioridad. Yo mismo había sido testigo de cómo en silencio, cabizbajo, y meditabundo se había retirado algunas veces de en medio de un público que quiso hacer mofa de sus relatos, actitud que yo nunca llegué a entender pero que formaba parte de este mítico personaje.

El “pique” comenzó y se hizo constante, sobre todo “camarón” (William Carvajal, capataz de la finca), tanto insistió que al fin sus pedidos surtieron efecto, “Villita”, después de pegarle una fuerte “chupada” a su cigarro dio inicio al relato.

Con una seguridad en sí mismo que a cualquiera asombraba, su porte “italiano” que matizaba su locuaz personalidad y le daba un aire siempre único,  su camisa bien planchada, el pañuelo en el cuello de la misma, que según nos contó un día, servía para mantener esa parte de la camisa en total pulcritud, nuestro protagonista nos contaba sin titubear que cierto día llegó a un pueblo muy retirado en dónde se iniciaban las fiestas patronales, y al entrar en el salón de baile, cuando  la actividad estaba en su máximo apogeo, gritó con fuerte voz en medio de todos, __¿ Cuál es el “coco” en este lugar para volarme machete con él?... hubo en el recinto unos segundos de silencio, la pieza musical que estaba sonando se detuvo, todos se volvían a ver  y se preguntaban quién sería  aquel desconocido que osaba hacer tal pregunta, casi al instante todos dejaron de ver al desafiante y fijaron su mirada en la esquina izquierda de la “barra” de la cantina, dónde se dejaba ver una silueta negra formada por un gran sombrero de ala ancha, botas con grandes espuelas y en la cintura una vaina donde guardaba lo que parecía ser un “28”. Pronto uno de los interlocutores dijo con voz clara y segura --ese que esta ahí papá y que Dios lo acompañe porque no creo que le vaya bien, cabrón… Lo que en la poca claridad del lugar  se distinguía como una sombra se fue haciendo realidad y dejó ver a un hombre fuerte, con todas las características señaladas antes, con cara de pocos amigos y muy dispuesto a “volarse” rula con él dónde fuera y como fuera…

Todos se hicieron a un lado y en el centro mismo del salón se cruzaron los primeros machetazos que continuaron así por varias horas…después de una 10 o 15 horas de “lluvia de filo” y cuando la lucha había ya pasado a un predio al lado del pueblo, un grupo de personas muy preocupadas les rogaron a gritos que no siguieran allí, que había muchos niños y ancianos que podían salir lastimados, que por favor se fueran al cañal, uno que estaba como a un kilómetro de donde se encontraban y que en ese lugar se podían dar todo lo que querían . Ambos estuvieron de acuerdo y emprendieron en medio de mutuos vituperios el viaje hasta el cañal, en donde siguieron el encarnizado duelo. Después de 15 o 22 días de “volarse” machete, ambos se vieron obligados a detenerse debido a que ya el jugo de caña les daba a la nariz y casi los ahogaba, los machetes se habían convertido en unos “machetitos” que no alcanzaban un jeme y lo “extraño” es que ambos protagonistas ¡no presentaban ni un solo rasguño!.

“Villita” se preparaba para darle el toque final a su cuento cuando de repente uno del grupo no se quién, “explotó” en carcajadas y hasta allí llegó todo, nuestro cronista se bajó rápido del banco de cantina en donde estaba y emprendió la huída sin pronunciar palabra alguna buscando rápido la salida, nosotros, sosteniéndonos el estómago por la risa, solo atinábamos a señalar a “Guaco” o a Edgardo como los culpables de que la historia terminara de esa forma, sabíamos que debajo de la manga “Villita” tendría otros interesantes libretos, como el de “La sirena”; “Las cajetas de sirope”, “La vaca marina” y otros, que de seguro las hubiésemos disfrutado grandemente como la que acababa de contar, en fin, todos seguimos nuestro vacilón en otras cosas, aquel lunes había sido diferente.  Allí mismo acordamos que en la próxima actuaríamos con más cautela, ya que todos queríamos disfrutar de las interesantes anécdotas de nuestro muy respetado “Villita”.

 

Ronald Ramírez Cascante