viernes, 22 de abril de 2011

El duro camino hacia la Piedra Filosofal. Por Cristian Claudio Casadey Jarai

EL DURO CAMINO HACIA LA PIEDRA FILOSOFAL

Por Cristian Claudio Casadey Jarai

Introducción

En el acontecer del tiempo, el interés por la alquimia y las ciencias ocultas se vio acrecentado especialmente durante las Cruzadas.

En aquel período perdido en los oscuros tiempos medievales, cuando el Occidente cristiano se adaptó a ciertas costumbres de Oriente, una gran cantidad de especies exóticas del reino vegetal y mineral procedentes del Lejano Oriente, avivó la imaginación y fantasía de los europeos, ya que para transformarlos en productos útiles (remedios, sustancias odoríferas, entre otras) era indispensable poseer algunos conocimientos alquímicos.

Ciertos estudiosos consideran que la Alquimia Medieval, tuvo un gran desarrollo y auge en tres fases.

El Primer Período (1200 -1300) se asentó en un momento en que la alquimia, primitiva hermana de la química actual, era una capacidad que demostraba su beneficio a través de la irisación de los metales, haciendo creer que se trataba de transmutaciones, como los consagrados en los cultos cristianos. Sangre y cuerpo de Cristo.

La teoría de la transmutación de metales se estudiaba de modo extenso en un antiguo texto de carácter iniciático llamado "Mineralogía", incorrectamente atribuido al sabio Alberto Magno.

En aquel grimorio, se describían de manera íntegra, toda clase de medios que maravillaban a la gente instruida, las personas que dominaban el arte de escribir en dicha época.

Era un conocimiento exclusivo, que de ninguna manera debía llegar a manos equivocadas, es decir al hombre común.

El Segundo Periodo (1300 - 1600) se definió por un gran apogeo en el cultivo de este arte. Fueron individuos de gran ímpetu los que se interesaron en sus ciclópeas perspectivas. Así, Valentinus en Alemania y Norton en Inglaterra recalcaron la noble tarea, tanto en la mente como en el oficio práctico.

La labor se fundaba y ajustaba en la elaboración de "La Piedra Filosofal" o "Lapis Philosophorum". Se suponía que con la ayuda de esa misteriosa sustancia se podía transformar el vil plomo en el inusitado y único oro, materia siempre tan deseada por los poderosos, en cualquier época y lugar. La ambición desmedida de las clases gobernantes siempre guarda esa estrecha similitud en todas las fases de la historia humana.

Pero la búsqueda no se circunscribía exclusivamente a la obtención del metal dorado, sino también a encontrar una medicina de carácter universal, que no solo curara enfermedades, sino que también otorgara "Vida Eterna". Esta singular premisa puso a la Alquimia en estrecho contacto con la Medicina, según el modelo expresado en los pensamientos de Paracelso.

No es de extrañar que en determinadas circunstancias, algunos autores identificaran la Piedra Filosofal con Jesucristo, salvador del mundo y purificador de pecados con su atroz muerte.

El Tercer Periodo (Siglo XVII y siguientes) se apoyó en la revolución científica, por la cual se separó de manera definitiva la alquimia aplicada y la teórico - especulativa.

La aparición de los Rosacruces, entre otros grupos herméticos, continuó con el estudio y desarrollo de la forma esotérica de la Alquimia. El "Corpus Hermeticum" traducido al latín por Ficino (1433-1499) intervino cuantiosamente en la alquimia en sus comienzos. En realidad contenía modelos para culminar la filosofía natural cristiano – escolástica. De forma creciente y paulatina, el racionalismo y el experimentalismo se libraron de las unidades ocultas adjuntas en estos modelos de pensamiento.

Así el estado del arte, a mediados del siglo XIX, la Alquimia obtuvo una breve cosecha de magnificencia en la medicina, cuando médicos célebres y eruditos como Rademacher y Latz, escudriñaron un medio de tratamiento universal, gravitándose en la reputada tradición paracélsica. "Die Alchemie" (en español “La Alquimia”) de 1869 de Latz es una de las obras finales de la alquimia especulativa. La misma contiene una exégesis insondable de la afamada e inescrutable "Tabula Smaradigna" texto por demás antiguo e indescifrable para el neófito.

Ya más cercanos en el tiempo, uno de los últimos cultores alquímicos fue el francés Champagne, también conocido con el misterioso nombre de Fulcanelli (posible pseudónimo, existe un debate sobre su verdadera identidad, algunos suponen que en realidad es italiano) quien proporcionó varias aventuradas y curiosísimas obras, en especial en torno a la arquitectura, símbolos, cimentación y fundamento de las catedrales.