miércoles, 27 de abril de 2011

El Libro de las Esferas de la Amargura. Por Cristian Claudio Casadey Jarai

- En verdad, en verdad os digo, ¡Oh, Hijos del Olvido! que este momento deberá ser puesto en piedra para la memoria de las generaciones futuras.

Así habló el profeta. Su blanca y larga barba asentaba cada una de sus crueles afirmaciones. El destino había sido sellado malignamente.

En las altas tierras de Cjuril habitaban los Hijos del Olvido, una extraña raza que tenía la curiosa facultad de provocar el olvido de ciertos hechos penosos o negativos. Esta extraña forma de escapar a la realidad se había vuelto una especie de vicio para aquellas criaturas taciturnas, siempre preocupadas por las miradas ajenas y los comentarios impertinentes.

Un joven de la comunidad, Aadr, pequeño en aspecto físico pero gigante en espíritu, no quiso olvidar más. Cansado de no recordar su propio pasado, ideó un brillante plan para acabar con esa antigua tradición.

Las piedras eran el fiel testigo de los sucesos de Cjuril, por lo que estaban prohibidas, lo que trajo como consecuencia un arduo trabajo para los vigías, quienes fueron los encargados de hallar nuevas tierras para la tribu. Luego de varios meses de nomadismo, se establecieron en aquella zona alta y montañosa, libre de rocas. Sin embargo, las frecuentes lluvias provocaban muchos deslizamientos y otros problemas similares. Pero Frees, el líder, se encontraba satisfecho. No había rocas en donde escribir, por lo tanto no habría más recuerdos. Con eso la dicha eterna estaba asegurada; los problemas y las insatisfacciones quedarían guardados en el “olvido colectivo”, una gran olla de barro que servía para efectuar el ritual que borraba la memoria.

El diminuto Aadr sabía que era necesario destruir aquella vasija gigante, pues así se liberarían esos pensamientos reprimidos. La acción no era fácil de llevar. La olla estaba protegida dentro del Templo de los No Deseos, construcción magnífica de siete pisos; cada uno de ellos reposaba sobre una de las Esferas de la Amargura, lo que hacía parecer a la edificación, vista desde afuera, en un elemento arquitectónico realmente frágil, cosa que distaba mucho de la realidad, pues era prácticamente indestructible. Las cinco restantes estaban completamente escondidas, ocultas a la vista de los seres profanos. En cada uno de los niveles del Templo había trece guerreros y trece doncellas, las cuales oficiaban de sacerdotisas de Affazz, la diosa de los deseos insatisfechos, representada por una paloma con dos cabezas.

El interior del edificio era muy lujoso. Lo que más llamaba la atención era el material con que estaban hechas sus paredes, ya que eran de un cristal, que además de ser muy fino y colorido, era especial: Desde su interior podía observarse todo el pueblo, pero desde el exterior el Templo brillaba como si fuera una gema que cambiaba de color constantemente. La decoración de los niveles era por lo demás sencilla, algunas sillas y mesas, unas bibliotecas vacías y muchas fuentes de agua.

Cada esfera representaba un sentimiento de amargura diferente. Sin embargo, sólo se conocían detalladamente siete, los otros cinco eran un completo misterio. El líder Frees sabía cómo utilizar ese secreto en beneficio propio: Extorsionando a su propio pueblo. En sus patéticos discursos hablaba sobre la importancia de aquellos globos de cristal y sobre las calamidades que llegarían si se llegaran a descubrir el significado de los cinco desconocidos. La enigmática diosa Affazz despertaría de su letargo perene y soltaría su furia sobre Cjuril. La leyenda además expresaba que todos se convertirían en rocas, como una advertencia para cualquier futuro poblador de aquel pútrido territorio.

A pesar de su juventud Aadr no le temía ni al destino ni a las posibles consecuencias de sus actos. Su espíritu noble, atrapado en un cuerpo débil y enclenque, sabía cómo compensar sus naturales deficiencias. El ejercicio prolongado y el cultivo de sus dotes astrales mediante la meditación y la contemplación divina habían mejorado notablemente todo su ser, pues se es mucho más que carne y alma.

Los guerreros que protegían la vasija del “olvido colectivo” eran hombres fuertes y excepcionales, preparados para cualquier eventualidad. El coraje y la arrogancia eran sus características más notables, siendo al mismo tiempo sus más grandes debilidades.

La vida en Cjuril era por lo general bastante apacible. El clima era demasiado húmedo en esas altas tierras, los inviernos prolongados y los veranos sumamente calientes. Las chozas estaban construidas de madera y barro, pues a pesar de la abundancia de rocas en la región, las mismas estaban completamente prohibidas.

Las familias eran numerosas, la monogamia era la costumbre, a cada hombre se le reservaba una mujer desde su más tierna infancia. Los matrimonios eran arreglados entre las familias. La cantidad de niños era numerosa, pero las enfermedades y las constantes luchas contra las tribus de las tierras bajas hacían mermar rápidamente la cantidad, pues el rapto de infantes como botín de guerra era moneda común en aquellos difíciles tiempos.

Freez había estado al mando de Cjuril desde hacía muchas décadas, todo un record en ese entonces. De joven había alcanzado el poder total, gracias a su fortaleza como a sus políticas maquiavélicas. Hizo correr el mito de que era un elegido de la diosa Affazz para regir el destino de la humanidad. Las sacerdotisas y los guerreros lo apoyaban en todo. No tenía rival en la aldea. Su autoridad era total e incuestionable.