lunes, 20 de octubre de 2008

Mariposa de Hierro (Cuento).


Mariposa de Hierro.




New York, 1987.

James Perkins tenía la mirada triste. El anciano mayordomo jamaicano añoraba sus felices momentos en el lujoso edificio de seis pisos en Manhattan. Fiel y devoto servidor de Imelda Marcos, la "Mariposa de Hierro", todavía recordaba con melancolía aquella noche en que su abnegada esposa, ama de llaves de la poderosa dama, bordaba en un cojín el picaruelo lema: "Las niñas buenas van al cielo. Las otras van a cualquier parte”.

La magnífica construcción iba a ser en un principio el Consulado de Filipinas en la Gran Manzana, pero la codicia de la Mariposa de Hierro hizo que el inmueble fuese transformado en su exclusiva propiedad personal. La similitud de la imponente vivienda en comparación al Palacio de Manila en cuanto a su decoración era sorprendente. Perkins, a pesar de los inconvenientes, asistía a la subasta con cierto malestar en su corazón. La caída del dictador filipino había dejado al antillano desempleado. El escandalizado martillero Alan Erlichman exclamaba sorprendido: - "Opulencia y desperdicio son un sacrilegio". El precipitado derrocamiento de los Marcos dejaba un maldito legado. Abandonados en el sótano de la mansión fueron encontrados valiosos espejos Luis XV y finísimas copas de cristal dentro de las calderas de calefacción. Enormes jarrones Ming custodiaban la entrada señorial. Una gran desilusión: No habían zapatos. La colección de miles de calzados fue salvada por el sacrificado Perkins que la había enviado a Manila para el regocijo de la infame Imelda.
Los cuartos de baño con sus accesorios de oro macizo eran la envidia de muchos jeques árabes que se sentían extasiados al apoyar sus nalgas sobre los tronos adquiridos con la sangre de los valientes filipinos. Los lemas inverosímiles bordados en las almohadas por la esposa de Perkins trataban de neutralizar los sentimientos de culpa y la conciencia sucia de la Mariposa de Hierro. Tres pianos de cola que habían pertenecido a Liberace y un clavecín comprado a un inmoral directivo de un museo de la República Federal de Alemania adornaban una ridícula discoteca con luz estroboscópica que funcionaba en el último piso."Ser rico ya no es más un pecado, es un milagro", anunciaba otra maligna frase grabada con letras doradas en una puerta.

Alfombras persas, cortinajes belgas, lámparas de cristal, retratos monumentales de Ferdinand Marcos al mejor estilo napoleónico cubierto de medallas y de Imelda como una nueva santa completaban el derroche. Pinturas de Picasso, Monet, Van Gogh hicieron comentar a uno de los asombrados asistentes al remate que parecía que Imelda temía no recibir recompensa alguna en el otro mundo puesto que había pretendido juntar todo lo que había en este.La inusual subasta fue ordenada por la Comisión Presidencial del nuevo gobierno filipino con el fin de destinar los fondos a la búsqueda mundial de los bienes de Marcos. Bajó el martillo. La prensa rumoreó durante los días siguientes que el flamante dueño del fastuoso templo hedonista era otro político llamado Carlos Menem. Se decía que las morbosas motivaciones de la compra habían sido las supuestas manos de Perón escondidas en una falsa pared en el cuarto piso.
Perkins se preguntaba: "¿Ser nuevo rico es mejor que no ser rico?"...


Cristian Claudio Casadey Jarai