lunes, 20 de octubre de 2008

Recorrer las Pampas (Cuento).

Recorrer las Pampas.

Duro era el recorrido. Eran muchos kilómetros para recorrer en la vetusta bicicleta. El mal estado del abrasador pavimento dificultaba la marcha. Pero ni el inclemente sol ni la empecinada lluvia iban a doblegar la voluntad del ciclista. Hubiera querido subir su fiel compañera de dos ruedas al furgón del oxidado ferrocarril pero aquel ramal ya no estaba en actividad. Era la consigna de la nueva década infama. "Menem lo hizo" se repetía mentalmente una y otra vez. La broma ya no causaba ninguna gracia. El malestar general se había apoderado del alma de los argentinos. No podía permanecer ajeno a la situación del país. Estaba y era parte de esa crisis, de la falta de dinero para poder viajar dignamente, de las privaciones cotidianas, de las injusticias y la discriminación a la orden del día. Su espíritu a pesar de todo no podía permitirse el lujo de flaquear, de darse por vencido. Todavía tenía las fuerzas necesarias y el ímpetu para dar batalla. En el fondo era un guerrero medieval, extrañamente transportado a tierras y tiempos extraños, una nueva Alicia que cruzó el espejo, un Quijote incomprendido y esta vez solitario, sin Sancho que lo secunde. La inmensidad de las pampas a veces le provocaba una sensación sublime de libertad mas otras era insoportable el sentimiento de desolación y soledad. La bóveda celeste en su magnitud reinaba sobre las tierras. El camino, casi siempre recto, se volvía monótono y aburrido con sus grandes campos despoblados que lo rodeaban. De un momento a otro el cielo se cubrió de grises algodones y el vital líquido no tardó en llegar. No viendo en el horizonte refugio alguno, el aventurero sacó una capa de plástico de su pobre equipaje para protegerse y se acomodó su raída gorra. Las gotas de lluvia empañaban sus viejos anteojos lo que le dificultaba aun más su penoso avance. El chubasco fue breve, solo ocasionando molestias al valiente viajero. El agua había empeorado el funcionamiento de la cadena. Siguió pedaleando con fervor hasta que la misma se rompió de repente. Cayó violentamente sobre el asfalto mojado lastimándose las rodillas y manos. Lloraba de impotencia, no había ni un alma a su alrededor que le pudiera prestar un poco de ayuda. Recordaba su infeliz niñez, cuando era lastimado por sus perversos compañeros y no había quien lo proteja. Dejó su primitivo transporte a un lado del camino y siguió su ruta lentamente a pie.

Caía la noche y para ese entonces se dio cuenta de que se encontraba perdido. Sus fuerzas llegaban a su fin. Necesitaba descansar un poco. Creyendo encontrar algún caserío se adentró entre los matorrales en donde divisó a lo lejos un enorme pastizal lleno de vacas. Intuyó que no debía estar muy lejos del casco de la estancia. Con un poco de suerte se toparía con algún gaucho amable que lo convidaría con tortillas y mate amargo y le tendería un rincón en donde pasar la fría noche. La luz comenzó a escasear, la luna se había escondido entre las tinieblas y el nerviosismo y la ansiedad se apoderaban del caminante poco a poco. En la distancia pudo ver un débil brillo. Agotado se movió hasta él. Una inmunda luz amarillenta flotaba en medio de la nada. El frío y el terror ingresaron hasta lo más profundo de los huesos del desafortunado. Su alma no aguantó el maldito espectáculo y desocupó su morada carnal.Al día siguiente entre los huesos de una vaca muerta los gauchos encontraron el cadáver del desconocido, con el cráneo roto descansando sobre una roca que se asemejaba a una bicicleta.
Cristian Claudio Casadey Jarai