martes, 6 de enero de 2009

Leyenda: Las Cajetas de Sirope, Crónica de un Viaje al Puerto. Ronald Antonio Ramírez Cascante (Costa Rica).


“Villita”, se encontraba como otras veces en la barra del Club Damas, para ese entonces atendido por la familia del popular “gallito”, quién junto a su esposa Doña Sara Cascante empezaban una administración del inmueble que duraría cerca de cuatro años, mismos en los cuales el famoso de nuestras historias se luciría con sus destellos de gran orador presentando cuando la ocasión se prestaba, esa gama de sagas casi convertidas en epopeyas por su particular ingenio.

Ese día lo acompañaba únicamente “Figueres”, que había ocupado antes que él el primer banco de los varios disponibles.

Yo me encontraba también en el lugar, sorprendido siempre por la presencia de la estrella del momento, aunque en esta ocasión… guardé silencio. No hubo “piques”, ni comentarios… “Villita”,  comenzó a ver para todos lados, como preparándose para algo. Mientras tanto este narrador permanecía tranquilo, sin presagiar nada de lo que estaba por suceder. Nuestro personaje se aseguró de que sobre todo no estuviera “gallito” ni doña Sara, ni mucho menos “camarón y compañía, probablemente resentía aún lo acaecido en uno de sus discursos (donde estuvo “Camarón”, William Carvajal, capataz de la finca), ya que tuvo que abandonar repentinamente el salón en medio de todos, insatisfecho por la poca credibilidad demostrada por el público.

_“Machillo”, dijo “Villita”, _si me regala un “copa llena” le cuento lo que me pasó hace como quince días que fui a Puntarenas, vieras que vacilón, yo creo que ni a “Figuerillos” se lo he contado, todavía estoy asustado, ustedes no me van a creer, lástima que no está el carajillo, “Wibe”, el que le sigue a Walter, el que me arregla el televisor y la grabadora cuando les pasa algo, un día de estos los voy a llevar a la casa para que vean como deja en pedacitos el tele y hasta la lavadora y en menos de una hora los vuelve a armar…y eso que apenas tiene cinco años, él o Walter no me dejarían mentir.

Ya para ese momento el ambiente estaba “armado”, habían llegado algunos otros visitantes que empezaban a interesarse por la historia prometida. “Villita” había ya ingerido el “copa llena” y se prestaba para introducirnos en su maravilloso mundo de “realidades insospechadas”. Al estar todos atentos, comenzó a desplegar su libreto.

“Jorgillo” Cajina, el del comisariato, le había prestado la moto Suzuki 100 que aunque no estaba en muy buenas condiciones, él con la ayuda de “Wibe” y Walter la había “chaineado” y había quedado pura vida, especial para el viaje que había pensado hacer.

Al día siguiente, como a las 5 y 30 de la mañana ya estaba preparado para la aventura. Chepa, su compañera, la que tenía fama de haber sido en el pasado una sirena, le había preparado unos gallos de frijol envueltos en hojas de cuadrado, una buena botella de café, un bollo de pan con mantequilla y se le ocurrió ponerle dos botellas de sirope de las hechas en la fábrica La Reina, donde “Peñita, allá en el centro de Quepos; esto por si le daba sed y no tenía con que hacer fresco.

Nuestro amigo se hizo a la tarea de ir a pasarla bien donde unos familiares.

El camino se le hizo corto, cerca de las 8 de la mañana ya “Villita” se encontraba en el puerto, recorriendo con la “ciencilla” de Jorge Cajina, el paseo de los turistas. Aprovechó para conocer el famoso salón “Los Baños”, la estación de bomberos, los kioscos y otras de las maravillas de la Perla del Pacífico, se sintió muy identificado ya que él venía del no menos famoso “Portal del Pacífico”, calificativo con el que aún hasta hoy es conocido el puerto de Quepos.

Después de compartir bastante con sus amigos y familiares en el barrio El Carmen y de dejar varias citas acordadas con las muchachas más lindas del sector, nuestro galán emprendió el viaje de regreso como a las 3 de la tarde.

Todo había salido de maravilla, pensaba “Villita”, mientras avanzaba por la “costanera” como a cien por hora. De pronto… la Suzuki comenzó a dar problemas, el motor parecía no dar más, y amenazaba con detenerse ya que iba perdiendo paulatinamente la fuerza. La situación empeoró hasta el punto que tuvo que orillarse, lo peor del caso es que en la zona donde se había varado no había casas y solo se observaban grandes espesuras y arboledas hasta donde la vista le daba.

“Villita” se encontraba en una situación muy difícil, rápidamente se dio cuenta que el vehículo se había quedado sin combustible y ¿una gasolinera?... ni en sombra. Esperó por más de una hora y no pasó por el sector ni siquiera una carreta. Por más que se esforzaba no se  le ocurría nada, hasta que se acordó que su querida Chepa le había puesto en el salveque dos botellas de sirope, una para el fresco y otra para regalarla a los amigos. ¡Por gracia de Dios nos las había usado para nada!

Estoy salvado dijo “Villita” y sin pensarlo dos veces las vertió en el tanque de la moto con la fe de que esta encendería sin ningún problema.

Procedió a darle la primera patada a la palanquilla de arranque y para su sorpresa con una bastó, la “Suzuca” encendió como si nada y su motor sonaba más afinado que si estuviera de agencia.

Nuestro personaje se montó rápidamente y se hizo de nuevo a la carretera, atónito por la potencia con que avanzaba la linde.

Transcurrió como una hora y no se presentaba ningún problema. “Villita” disfrutaba el viaje aún un poco pensativo por la eficacia del combustible que había descubierto. De pronto empezó a notar algo extraño y era que cuanto pueblito atravesaba salía a recibirle siempre un grupo de niños muy alegres y que con sus gritos hacían que tuviera que reducir la velocidad, ya que todos formaban fila detrás de la moto. Esto de momento no impresionó a nuestro aventurero ya que el estaba seguro del poder de atracción que poseía.

La situación ocurrió varias veces hasta que la curiosidad por el hecho hizo que le dieran ganas de volver a ver atrás… casi se cae del susto al observar que la alegría de los niños era porque de la mufla de la moto salían grandes cajetas rojas que los niños iban agarrando y disfrutando, aún las personas mayores querían agregarse al grupo.

El no se detuvo, temía que la magia del momento se acabara y en un instante dado apretó la “muca” hasta llegar a Damas, deseoso de poder contarle al primero que se encontrara, lo sucedido en aquella andanza de una tarde de verano.

 

Rónald Ramírez Cascante