miércoles, 19 de noviembre de 2008

Poesía: Subdesarrollados. Cecilio Olivero Muñoz (España).


En la última quinta del jirón Pachamanca

se ha descubierto un hito ancestral,

se ha descubierto bella luz de oropeles

en la mesa de la sala de los Huamán,

se ha descubierto el hambre eterna de los chanchos,

de los perros del campesino, y del mundo azul,

se ha descubierto breve telaraña en la sopa,

y una quijada de cucaracha busca largo latido

en la despensa.

También se ha descubierto

que el hombre pasa hambre, que sufre cuando le hacen daño,

y que todo lo que le queda en la vida

es llegar a ver voltear el día tumbado en su cama,

tiene un cansancio de nadir derrotado que le provocan

los chupatintas de ministerio,

tiene una mirada fulminada

por julepes sonrientes entre jalón de ordeño

y la jalonada inercia de las tenazas,

por desidias vestidas de códigos de barras e ingredientes,

por aromas de fritangas soberanas

y lujos en la anochecida de los esbozos,

sufre como sufre la Tierra,

respira como respira la vida

y ama como el hombre ama.

Este mundo juega a la vil trampa

del todo te pertenece,

del comerse al mundo en un lonchecito,

del zamparse el esqueleto de pájaro

en la sombra vacía del sendero descalzo.

Ha muerto el sol hace siglos

dicen que lo han visto andar como alma penando

por las huchas de porcelana rotas

y por las pestañas de los niños de la calle

que llevan bala reluciente en sus pistolas.

Se levantan los buenos cristianos

llevando su fe en el estómago

y resumen su día murmurando:

¡Hoy hemos comido! ¡A Dios Gracias!

Los tiranos con ansia de poder meridional

cosen la bandera vencida de sueños y quimeras

en las marañas de cables de televisiones y esperanzas

que tejieron los mundos allá lejos.

Los niños de la dicha sueñan hemisferios del frío tiritar

en miradas de rabia,

escuchan la música inhalante de los mundos sumergidos

en la cloaca,

y las niñas presumen de la volteleta del viento

que revolea en sus suspiros

con una dulce franja dorada anhelante del amanecer sin dueño.

Nacen las olas en el susurro del viento,

nacen las tempestades sembrando la semilla

de la aurora en las ilusiones de azúcar,

se beben las gaseosas bambeadas los crisantemos

morados de súbita apariencia trillada.

Se engarzan en el cabello las vinchas del tedio

los niños maricas de cielo en la trastienda.

Los pobres queremos brillar

como lo hacen las estrellas hermosas tras las cortinas

de muselinas

que nos separan en nuestra vida

de mostradores remotos y escaparates aledaños.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz