En la última quinta del jirón Pachamanca
se ha descubierto un hito ancestral,
se ha descubierto bella luz de oropeles
en la mesa de la sala de los Huamán,
se ha descubierto el hambre eterna de los chanchos,
de los perros del campesino, y del mundo azul,
se ha descubierto breve telaraña en la sopa,
y una quijada de cucaracha busca largo latido
en la despensa.
También se ha descubierto
que el hombre pasa hambre, que sufre cuando le hacen daño,
y que todo lo que le queda en la vida
es llegar a ver voltear el día tumbado en su cama,
tiene un cansancio de nadir derrotado que le provocan
los chupatintas de ministerio,
tiene una mirada fulminada
por julepes sonrientes entre jalón de ordeño
y la jalonada inercia de las tenazas,
por desidias vestidas de códigos de barras e ingredientes,
por aromas de fritangas soberanas
y lujos en la anochecida de los esbozos,
sufre como sufre la Tierra,
respira como respira la vida
y ama como el hombre ama.
Este mundo juega a la vil trampa
del todo te pertenece,
del comerse al mundo en un lonchecito,
del zamparse el esqueleto de pájaro
en la sombra vacía del sendero descalzo.
Ha muerto el sol hace siglos
dicen que lo han visto andar como alma penando
por las huchas de porcelana rotas
y por las pestañas de los niños de la calle
que llevan bala reluciente en sus pistolas.
Se levantan los buenos cristianos
llevando su fe en el estómago
y resumen su día murmurando:
¡Hoy hemos comido! ¡A Dios Gracias!
Los tiranos con ansia de poder meridional
cosen la bandera vencida de sueños y quimeras
en las marañas de cables de televisiones y esperanzas
que tejieron los mundos allá lejos.
Los niños de la dicha sueñan hemisferios del frío tiritar
en miradas de rabia,
escuchan la música inhalante de los mundos sumergidos
en la cloaca,
y las niñas presumen de la volteleta del viento
que revolea en sus suspiros
con una dulce franja dorada anhelante del amanecer sin dueño.
Nacen las olas en el susurro del viento,
nacen las tempestades sembrando la semilla
de la aurora en las ilusiones de azúcar,
se beben las gaseosas bambeadas los crisantemos
morados de súbita apariencia trillada.
Se engarzan en el cabello las vinchas del tedio
los niños maricas de cielo en la trastienda.
Los pobres queremos brillar
como lo hacen las estrellas hermosas tras las cortinas
de muselinas
que nos separan en nuestra vida
de mostradores remotos y escaparates aledaños.
Por Cecilio Olivero Muñoz