lunes, 20 de octubre de 2008

Casino (Cuento).


Casino.



Ella había llegado hace pocos días a la ciudad a visitar unos parientes. Conocía muy poco el lugar. Gustoso me presté a acompañarla a visitar el casino local.

Construido en tiempos de bonanza, los diferentes y corruptos gobiernos que se sucedieron desde épocas remotas se encargaron de ir robando cualquier elemento de valor que se encontraba en el mismo. Las estatuas de bronce y las de mármol, las alfombras orientales, vitró y cristales, lámparas y un sin número de cosas brillaban por su ausencia. Seguramente estarán ornamentando las viviendas de políticos de mal gusto. Subimos las escaleras e ingresamos en el templo de juegos. El contraste entre el frío que guardaba dentro de sí aquel mausoleo de ludópatas con el infernal calor del mundo exterior era abrumador. Jóvenes uniformados y domesticados formaban un estúpido ejército de sirvientes para las pobres almas destruidas por el vicio. En el sector central había un minúsculo escenario donde una pésima banda trataba de interpretar algo que quería asemejarse al jazz. Mucho peor fue el segundo espectáculo. Una orquesta de tango integrada por cadáveres con bandoneones que lloraban y un peluquín maquillado que aullaba completaban la visión dantesca.

Sentados en incómodos sillones nos regábamos con alcohol barato, "disfrutando" del momento. El whisky ya caliente era fuego para el maltrecho estómago. La niña comenzaba a sentir en su cuerpo los efectos de la bebida espirituosa. Eufórica, hija de la generación amante de la tecnología, sacó su celular para tomar algunas fotos. Tentada, cambió unos billetes por monedas para probar suerte en las máquinas. La temática de los juegos estaba acorde a la situación del país. La idiotez era reina y soberana absoluta en ese antro. Una y otra vez, como hipnotizada y alienada depositaba su mísera riqueza en las cajas monstruosas de pantallas brillantes, gigantes devoradores de la desesperación ajena. Malgastando lo poco que tenía, con lágrimas en sus ojos me dijo:-"Qué tarada! Ahora no tengo cómo volver a mi ciudad."Resignado, metí la mano en mi bolsillo esperanzado de que hubiera aprendido la lección. La tendí y así se esfumaron mis últimos centavos...
Cristian Claudio Casadey Jarai