viernes, 13 de mayo de 2011

Ciberactivismo. Por Cristian Casadey Jarai

Mucho se ha estado hablando últimamente sobre ciberactivismo. Es más, ya se le atribuyen algunas revoluciones, como la acontecida en Egipto, que significó el fin del régimen de Hosni Mubárak, o la guerra en Libia, de dudosas consecuencias. Lo cierto es que el activismo político siempre ha existido, desde tiempos inmemoriales, cuando se reunía un grupo de personas prestas a convencer a otras y a defender sus ideas, positivas o no.

En el fondo el mundo ha cambiado poco, solo se ha refinado y tecnificado. La violencia ha cambiado de forma, ya no hay cristianos siendo devorados por leones, solo videojuegos ultraviolentos y películas de grueso calibre. Lo mismo sucede con el activismo, que ha visto en internet una manera de evitar la censura. Internet terminó siendo un arma de doble filo, pues mientras permite la libre expresión a nivel global, desconocida hasta hace poco, también sufre del abuso de esta libertad. Y así proliferan, por dar un ejemplo, páginas dedicadas a la pornografía infantil y otras desviaciones, escudadas en el anonimato de la gran red informática. Este mismo anonimato y expansión mundial de la información ha permitido el nacimiento de una nueva raza de activistas: los ciberactivistas, que gracias a los blogs, redes sociales, correos electrónicos y otras herramientas, pueden hacer llegar a un incontable número de personas sus ideas y sus planes de acción. Este fue el motor de la caída de Mubárak y de los convulsos episodios que se viven en Siria, Yemen, Bahréin y otros países de la zona.

Los gobiernos tiemblan. Tienen miedo. Por eso toman medidas drásticas: censurar. Las clases dominantes occidentales no se quedan atrás. Bajo el escudo protector de los derechos de propiedad intelectual y otras variantes, intentan destruir la libertad de expresión en internet, pues se ha vuelto contraproducente.